sábado, 6 de mayo de 2017

(28) Fin de viaje en Pau


Antes de archivar definitivamente los equipos de andarines hasta la próxima vez, posamos en la granja con su propietario, con el que no hubo roce alguno: saludos al llegar, adquisición de algunos productos y despedida al día siguiente. Es lo que tiene hacer las comidas por tu cuenta, que no pegas la hebra con los dueños.

Desde La Ferme de Marsan hasta Pau nos trasladamos después en nuestro coche de alquiler reforzado por un taxi local. Le tanteamos para ver si nos interesaba contar con sus servicios al día siguiente, para viajar de Pau a Toulouse, pero se disparaba la factura, cosa lógica porque son más de doscientos kilómetros. Tenía que hacer primero Miramont-Pau y luego llevarnos desde allí hasta el aeropuerto. La opción fue usar el coche propio y que el resto del grupo viajara en tren. Lo más sencillo y también más económico.

En Pau nos instalamos en el hotel reservado (Best Western Continental), en el centro de la ciudad, que estaba en obras,y salimos de inmediato a callejear. El famoso Boulevard des Pyrénées fue el primer destino casi sin pretenderlo. Desde este paseo hay una espectacular vista de los Pirineos.

Tiene casi dos kilómetros de longitud y es una joyita en esta pequeña ciudad, que ronda los 80.000 habitantes y es la capital del departamento de los Pirineos Atlánticos.


Delante del bulevar, a un nivel inferior, localizamos la estación de ferrocarril. Decidimos obtener de inmediato los billetes del tren del día siguiente para evitar riesgos.

Un pequeño funicular de uso gratuito salva la pendiente y facilita la comunicación, algo importante dada la diferencia de cota. 


Cumplida la única obligación que teníamos, solo nos faltaba recorrer el resto de la ciudad, llanita, comercial, agradable. En la imagen superior, la plaza central, en cuyo subsuelo, como se intuye, hay un aparcamiento subterráneo, lo que sin duda forzó retirar el arbolado (salvo el periférico).



Comimos bastante bien en un restaurante italiano.


De camino al castillo nos encontramos con la iglesia de Saint Martin en la calle Jeanne D´Albret, construida en 1870 sobre el emplazamiento de un templo más pequeño.


Callecitas de sabor de otro tiempo nos llevan al castillo, el principal recurso histórico de la ciudad. Es famoso por haber nacido allí Enrique IV de Francia y III de Navarra.


Construido en la Edad Media, en el siglo XII se le añadieron tres torres, bautizadas con los nombres de los pueblos hacia los que se orientan. En un principio estuvo rodeado por una empalizada de estacas (pau, en bearnés) que finalmente dio nombre a la ciudad.



También en el corazón de la ciudad nos encontramos con la iglesia de Saint Jacques, forzosa visita para cualquier peregrino del Camino de Santiago.

Es un caso similar a la de Saint Martin, las dos parroquias sobre los que pivotaba la vida de la ciudad unos siglos atrás. Había un templo más pequeño, incapaz de dar servicio a tanto parroquiano, y también en el siglo XIX se derribó para levantar una iglesia mayor.


Como nos sobraba tiempo, hicimos un recorrido en un trenecito chuchú que nos dió una vuelta reposada por la ciudad y nos permitió hacernos una idea de conjunto aparte de escuchar las explicaciones en español que nos vinieron muy bien. Después del recorrido, que más de uno aprovechó también para sestear un poquito, retornamos al Boulevard des Pyrénées para acercarnos al extremo contrario, donde se encuentra el casino.


A Marián le interesaba verlo y fotografiarlo para una actividad con sus alumnos de Arquitectura. Y allí nos fuimos.


Es un recinto rodeado de jardines, pero cuando nos vieron con la cámara nos prohibieron hacer fotografías. Nos sorprendió ya que estábamos en la calle.

Poco más dio de sí el día en Pau. A última hora de la tarde, una parte del grupo optó por una cena ligera con unas tapas cerca de la plaza central (donde conforme caía la noche la animación era tremenda) y el resto se fue directamente al hotel.


A la mañana siguiente cogimos el tren pronto, pero de camino a la estación nos encontramos con un colegio electoral donde los franceses elegían entre Macron y Marine le Pen, optando con claridad por el primero, para alivio general. Marien posó de espaldas frente al recinto electoral, pero sin votar, claro. Y después, tren, avión y coche para regresar a Vigo la mayoría y el resto a sus respectivas residencias (Madrid, Pontevedra, Nigrán, Baiona y Redondela), con el gusanillo de que a final de año la mayoría viajaremos a Nueva Zelanda para un largo viaje, que contaremos como siempre. Hasta entonces.


viernes, 5 de mayo de 2017

(27) Aire sur l'Adour- Miramont (18,5 km)


Pascale, la propietaria, nos acompañó la mañana siguiente en el momento de la partida en la foto frente a su casa.


Antes nos había ofrecido un desayuno que superó las expectativas y se consolidó como el número uno de la semana, lo mismo que había ocurrido la noche anterior con la cena. En un magnífico comedor (observar la mesa) disfrutamos de zumo de naranja natural, gateau (pastel) basque de cerezas, pan brioche, kiwis, mantequilla, mermelada, etcétera, ofrecido en unos servicios elegantes.

Y la habitación, con chimenea y cacharrería antigua de cobre en las paredes, evidenciaba que esta casona había vivido tiempos de opulencia. A la salida, una fotito del grupo de logística de apoyo motorizado.


Salimos de Aire con el cielo cubierto mientras caían unas gotas, lo que nos obligó a prepararnos para la eventualidad de la lluvia, que finalmente no hizo acto de presencia.


En un pueblo como este, además de la catedral que habíamos visto el día anterior, esta magnífica iglesia nos despidió al abandonar el barrio donde habíamos pernoctado, situado en la parte alta de la villa.


Al poco de salir, y mientras echábamos en falta los viñedos, que comprobamos que habían desaparecido tras varios días de verlos a todas horas, bordeamos un amplio lago.


Un sitio atractivo y preparado para la comodidad de los paseantes.


Información sobre la fauna piscícola.


Terrazas , mirador y paseos de madera.


Por lo demás la etapa fue bastante llana, aunque tipo rompepiernas, con subidas y bajadas, discurriendo entre tierras de labor.


Abundaban las plantaciones de maíz y numerosos tractores arando grandes parcelas.


Por supuesto, no nos gustaron las zonas donde forzosamente tuvimos que caminar sobre asfalto, muy abundantes, aunque nos alegró comprobar que los Pirineos estaban cada vez más cerca. Prueba de que el Camino se acerca a San Jean Pied de Port, donde terminaremos. En su día iniciamos allí el Camino Francés hasta Santiago y para nosotros es una prueba superada.



Los peregrinos/caminantes son un nicho de negocio, y por la senda abundaban las ofertas de alojamiento. Entre ellas encontramos la que habíamos reservado para pasar la noche, la ferme de Marsan.


Y también este cartel en el que un peregrino imita los andares de Juanma...


La particularidad de este alojamiento/granja es que tienen una tienda y puedes comprar sus productos, y con ellos cocinarte la cena o llevártelos de recuerdo (para que se los queden en el aeropuerto porque no cuelan como equipaje de mano autorizado). Con nuestros colegas de apoyo y las aptitudes cociniles de algunos (singularmente Manolo, Paco y  Álvaro) disfrutamos de la comida a base de fiambre, queso y ensaladas. Para la noche quedó la sesión estrella, con una gran sopa y tortillas, todo ello regado con buen vino. Unos artistas.


Por lo demás, pasamos la tarde relajados por el recinto ya que las caminatas habían llegado a su final por esta vez.


Al día siguiente nos encaminaríamos a Pau (se acabaron los finales en Toulouse, que ya queda más lejos) para pasar una jornada de asueto antes de emprender al día siguiente el regreso en avión, eso sí, desde Toulouse.



Antes de irnos a dormir, gran final de chinchimonis con premio extra. El equipo de apoyo había comprado de mañana una botellita de armagnac para no tener que limitarnos a las copitas que nos ponen en las casas rurales o en los bares. Fue un gran acontecimiento deportivo y un éxito de público y de pasiones desatadas. Aunque he recibido presiones, antes muerto que cantar los nombres de los amables contendientes que invitaron. 

jueves, 4 de mayo de 2017

(26) Lanne Soubiran-Aire sur l'Adour (21 km.)


La partida anticipada de Irache obligó al equipo de apoyo a trabajar más de lo normal. Motivo: era preciso acercar al grupo de caminantes al punto de salida, la pequeña ermita de Lanne Soubiran, donde habíamos terminado la tarde anterior, y después llevar  Irache a coger el tren Auch-Toulouse para que viajara en avión a Oporto. La verdad es que echó el día, pues en Oporto tuvo que desandar lo andado y llegarse hasta A Coruña en su coche. Resultado, el chófer (Álvaro) y los seis andarines del día estábamos a las 8:50 en el punto de salida, a unos 9 kilómetros del hotel donde habíamos dormido, algo antes de lo habitual. Álvaro cada vez tenía mejor su rodilla operada y seguía lamentando no poder acompañarnos por causa de fuerza mayor.



El día pintaba luminoso con senderos del tenor de los días anteriores.


Y también inacabables sembrados de vid en todo momento.



Aunque no queda reflejado en las fotografías (¡Ay Alfonso! tu también forzada ausencia nos dejó con -mucho- menos material gráfico de lo acostumbrado), la pega fue que hubo varios y largos tramo de camino sobre asfalto, lo que siempre es una lata.



En una aldea, junto a esta pequeña iglesia, paramos a tomar algo de fruta. La etapa se preveía corta, a expensas del habitual baile de kilómetros, por lo que caminábamos con tranquilidad.


Fue la única parada salvo un intento en la siguiente población, a unos tres kilómetros, de nombre rimbombante, Barcelona du Gers, donde no fue posible: ¡estaba todo cerrado a la hora del mediodía! Imposible tomar un cerveza o sentarnos en una terraza, salvo que esperáramos a que abrieran. Nos sacó del apuro una amplia cafetería adosada a una gasolinera a la salida de "Barcelona", cuando ya nos habíamos despedido del aperitivo. Allí disfrutamos de un vinito con una tabla de quesos, ambos de la tierra.


En poco rato nos pusimos en Aire (faltaban menos de 3 kilómetros) y resultó una villa de lo más agradable y con una imponente catedral que data del siglo XII. Fue sede episcopal hasta 1933 y ronda los 7.000 habitantes.


Tuvo mucha importancia siglos atrás precisamente por pasar por allí el Camino de Santiago y también por las posibilidades que ofrecía en aquella época el río Adour, que la cruza.


Antes de dirigirnos a la casa rural que teníamos reservada dimos unas vueltas para conocer Aire y se confirmó la buena impresión que nos había causado. En cuanto al tiempo, el calor se impuso. El equipo de logística había dado cuenta de una buena comida tradicional en un restaurante y les acompañamos en los postres de helados y batidos.


Tuvimos que subir una empinada cuesta para llegar al alojamiento, Le Mas, una casa antigua bastante imponente situada en un barrio elevado.




Las habitaciones tenían sabor de otro tiempo y nos encarecieron para que nos moviéramos descalzos o en zapatillas sobre un entarimado vetusto que hacía música al andar. Lo entendimos perfectamente. Pascale, el propietario, nos explicó que habían comprado la casa (de 1780) doce años antes cuando sus anteriores propietarios se mudaron a Burdeos.


Como prueba del estilo, uno de los baños.


Disponía de terrazas y la casa de una muy llamativa escalera.



Para la cena, nos trasladaron en el vehículo del casero y en otro del dueño del restaurante a un pueblo vecino, Bachen, a unos 7 kilómetros, y lo mismo para regresar. Fue con seguridad la mejor comida de todo el camino, además del estilo y el gusto del local: ensalada variada con pastel (hojaldre), jamón y espárragos; cerdo a la brasa con frutas y un riquísimo pastel de manzana, todo ello acompañado con un vino muy digno. 



Teniendo en cuenta que habíamos negociado media pensión (cena, alojamiento y desayuno) y que los precios eran razonables (cada persona 55 ó 60 euros, salvo una individual a 85), la cena puede considerarse excelente. Además, a la mañana siguiente también nos sorprendería el desayuno. Nos llamó la atención la mujer del dueño del restaurante, oriental y muy guapa, lo mismo que la hija de ambos, de unos 12 años. No ubicábamos su procedencia (no eran chinas, ni japos ni tailandesas) y no era de extrañar: la madre era tahitiana, algo infrecuente, al menos para nosotros, y la hija había heredado sus rasgos.


Aunque disfrutamos de la cena, no nos demoramos más de lo necesario ya que teníamos interés en acudir al pub estilo irlandés Le Comptoir de L´Adour a tiempo para el partido del Celta con el Manchester de la Copa de Europa, y ya es sabido que la cosa no fue bien. Jugaban en Vigo y ganaron los ingleses por un gol, que a la postre una semana después sería decisivo.