viernes, 3 de mayo de 2019

(31) Argagnon-Navarrenx (25,1 km)


No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que las previsiones se cumplieron. Por la mañana llovía, no muy fuerte pero de forma constante, por lo que nuestro look era el correspondiente a esa situación. Previamente habíamos desayunado en Le Moulin de Sens como auténticos señores. Al igual que con la cena de la noche anterior, Christelle y Vincent se habían esmerado con un refrigerio de altura que incluyó zumo de naranja natural, pan caliente de varios tipos, yogur casero, cruasanes, macedonia de fruta natural..., un lujo. Por tanto, abandonamos Orthez con la mejor de las sensaciones pese al agua que bajaba del cielo. La noche anterior el grupo había debatido, con cierto ardor, a la vieja usanza, sobre si, dadas las circunstancias atmosféricas, se imponía recortar la etapa. Finalmente, se impuso la posición ortodoxa de que eso no debía influir. Y así fue.


La perspectiva de una mañana oscura y lluviosa frente a las habituales de claridad y sol es muy diferente, pero ni mucho menos peor. Obliga a concentrarse en uno  mismo y afrontar el camino de otra forma. Hasta los carteles parecían oscuros, pero quizás más auténticos.


Según avanzaba la mañana el camino se iba embarrando y nosotros hacíamos lo posible por sortear las dificultades sacando paraguas y capuchas a pasear. 


De vez en cuando topábamos con alguna construcción impactante, que sin duda debió ser testigo de tiempos mejores.

No hubo en la primera mitad tramos asfaltados y sí bosques, lo que no era lo más conveniente en esos momentos. Y otra novedad, muchas cuestas empinadas.


Pese a ir cubiertos, en ocasiones la lujuriosa vegetación imponía una parada para disfrutarla.


En alguno de los tramos empinados la ruta embarrada dificultaba la caminata y hacía imprescindible atacar con bastones, pero así es el Camino: afrontar lo que surja.


Pese a las condiciones no idóneas, mantuvimos un ritmo rápido y en algo más de dos horas estábamos en la abadía de Sauvelade, a cerca de 11 kilómetros de la salida. Se trata de un recinto con mucha historia, una parte de la cual pudimos desentrañar en el interior del templo.


Un botoncito en la pared informaba de que al pulsarlo se proyectaba un vídeo explicativo en la parte alta del ábside, un sistema realmente novedoso y espectacular. 


Durante un rato estuvimos descubriendo, tratando de entender en francés, lo que había sido Sauvelade en el pasado, que no era poco. De paso descansamos. Fundado a comienzos del siglo XII, estuvo a cargo del Císter y debido a su situación en el Camino de Santiago vivió tiempos de importancia hasta el siglo XIV. Dos siglos después eran destruidas la mayor parte de sus instalaciones, salvo la iglesia, acutalmente un centro parroquial.



Intercalaban historia con declaraciones de industriales y políticos actuales, seguramente los financiadores de la filmación, y al cabo de un rato acudimos a la cafetería del recinto a tomar algo caliente antes de continuar la ruta.

Avanzada la mañana, la lluvia se hizo más intensa y nuestro aspecto era ya claramente el de caminantes embarrados, pese a lo cual seguimos sin interrupción y cuando una de las escasas casas-granja del camino lo merecía tocaba foto. Por suerte, esta segunda parte discurrió en su mayor parte por superficie asfaltada, una ventaja, dadas las circunstancias, aunque circulaban más coches, una desventaja. Y en ocasiones tractores y maquinaría agrícola de gran tamaño que nos obligaba a salir de la carretera.


Con la excepción de algunos campos cultivados, vacíos en un día de lluvia, el paisaje dio un giro y volvieron los bosques.


También encontramos esta fuente con el curioso sistema , aparentemente para evitar que el agua salpique.


Y con ratos de fuertes pendientes, zonas arboladas de gran porte con hayas y robles, estos últimos de gran altura, bastante más que lo habitual de sus hermanos carballos de Galicia.


A 2.5 kilómetros de la meta hicimos una paradita en el último pueblo del trayecto, Meritein. Descansamos en unos bancos de la plaza próxima a la Mairie, en cuya puerta un cartel informaba del horario de la oficina municipal: Martes de 14 a 16 y jueves de 18 a 19,30. Por el pueblo, ni un alma.

Entrada en Navarrenx con un peregrino a caballo perfectamente equipado
Hasta Navarrenx fuimos ya entre casas con grandes parcelas y jardines, pero sin llegar a formar calles.


Navarrenx es una localidad relativamente importante y con mucha historia, como se aprecia nada más llegar ya que está cercada por murallas, de un estilo que nos recordó las de Valença, en la frontera de Tui con Portugal.

Lo que no sabíamos en ese momento es que al día siguiente, en el desayuno, nuestra hospedera nos iba a dar, con evidente interés, una clase sobre el pasado de esta villa.


Realmente es un pueblo atractivo con algo más de un millar de habitantes. El recinto amurallado, bastida, son unas pocas calles, algunas empedradas, por lo que es sencillo de recorrer.


El alojamiento de la mayoría del grupo fue la Casa Lasarroques, en una de las placitas y situado sobre un bar restaurante en el que después cenaríamos. Por falta de espacio una pareja tuvo que dormir en el cercano Le Relais du Jacquet


Lasarroques está muy bien, habitaciones agradables y con baño, y una salita vital para nosotros donde por la noche disputamos la partida de chinchimonis. A esas alturas ya nos habíamos provisto de una botella de Armagnac y no precisábamos ir a un local público.

El alojamiento estaba situado frente al Ayuntamiento (Hotel de Ville). Vista desde la habitación.
Antes de la cena recorrimos la bastida y paseamos por alguna de sus murallas. Un cartel explica que D´Artagnan y sus mosqueteros eran de la zona y que existieron realmente, lo que sin duda es un atractivo turístico. También entramos en la iglesia principal que, según nos explicaron, fue sucesivamente protestante y católica, su confesión actual.


La perspectiva desde la muralla sobre el río Olorón era muy atractiva.


Como le ocurre a otras ciudades en España, caso de Zamora, el río en su momento colaboraba en la defensa de una población que fue residencia de los reyes de Navarra y durante cincuenta años (a caballo de los siglos XVI y XVII) refugio de los calvinistas bearneses.


En esta zambullida histórica encontramos un auditorio en piedra al aire libre, pero por su estilo y aspecto tenía pinta de ser relativamente moderno.


Y por si acaso lo olvidábamos, de nuevo indicaciones de que avanzábamos, pero que Compostela seguía estando bastante lejos. Nuestra jornada acabó con una cena en Le Petit Bistrot; la mayoría optó por platos de carne (cordero, pato) con abundante guarnición, más ensaladas y algunos postres. Estuvo bien y a precio razonable.

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