De nuevo volvimos a Lectoure, el encantador pueblecito de poco más de 4.000 habitantes donde acabamos el recorrido dos años antes. Y repetimos también el hotel de Bastard, ubicado en un edificio histórico. Antes, nos habíamos juntado casi todos la noche del viernes en un hotel junto al aeropuerto de Oporto, ya que el sábado el avión salía con la fresca, o sea, a las 7,30 de la mañana. La excepción fue Marián, que viajó directamente desde Madrid. En el vuelo contemplamos preciosas imágenes de los Pirineos.
Una vez en Toulouse, el proceso habitual: una parte de los once excursionistas se hizo cargo del vehículo alquilado para la semana y el resto contrató un taxi. De esta forma, sobre las doce del mediodía estábamos todos en el Bastard.
La villa nos recibió con una jornada soleada y, mientras íbamos llegando e instalándonos, nos dimos una ración de descanso, todavía no merecido, pues el único esfuerzo hasta el momento había sido madrugar. Fue un gustazo recibir de nuevo a Irache, que tras su maternidad decidió reencontrarse con las andainas. Eso sí, como no era cosa de dejar solo tantos días a Druso, nos abandonaría anticipadamente dos días antes del final.
Por aquello de esperar a que estuvieran listas las habitaciones, el relajo previo a la comida se alargó más de lo previsto, aunque el programa para el día era de lo más sencillo: paseo, comida (a ser posible suave), descanso y cena, contratada previamente en el propio hotel.
En nuestras conversaciones iniciales recordamos a Alfonso y a Fely, ausentes por causa de fuerza mayor relacionada con el paso por el quirófano del primero, y bien que sintieron ambos no acudir. También se quedó Jaime, en su caso por dar prioridad al megaviaje de noviembre a Nueva Zelanda, nuestro próximo objetivo.
En cambio, Álvaro decidió venir (aunque sin caminar), ya que unos pocos días antes le habían operado de menisco. Un año atípico, y esperemos que sin repetición, este 2017.
Tras comer y recorrer de nuevo la calle principal de Lectoure, plagada de casas construidas entre los siglos XVII y XIX en la capital de los Condes de Armagnac, llegamos hasta el antiguo hospital, un edificio histórico cuyas dependencias se han convertido en tiendas de artesanía, muebles, antigüedades y cachivaches de todo tipo, como ese cochecito que sujeta Irache, la que más reciente tiene la asignatura. Éso sí, hubo quien después de comer se fue directamente al sueño reparador.
Empleamos parte de la tarde en revisar la ciudad, incluido un mirador en el que facilitan enmarcar el paisaje.
Algo que cada cual interpretó a su libre albedrío.
Y llegada la hora de la cena, de nuevo nos instalaron en el comedor de la vez anterior, donde degustamos un menú igual para todos.
Y llegada la hora de la cena, de nuevo nos instalaron en el comedor de la vez anterior, donde degustamos un menú igual para todos.
Parece ser que el establecimiento tiene fama gastronómica en toda la comarca. A nuestro modo, reproducimos una foto de la ocasión anterior frente al espejo.
La cena (a las 20,30, lo que los puso un poco nerviosos, ya que querían que fuera antes) nos gustó (pero tampoco entusiasmó) y a la vista tenéis el primer plato. Los vinos no estaban incluidos y el más barato costaba 26 euros. Lo compensamos los días siguientes con vinos de la casa en muchos establecimientos.
Y a la mañana siguiente, sin madrugar excesivamente, nos pusimos en marcha los caminantes con el compromiso de encontrarnos al mediodía con el resto, lo que se repitió durante la semana.
La misión del segundo grupo: hacer turismo y comprar viandas para el almuerzo. Aquí tenemos a los encargados de la logística.
La misión del segundo grupo: hacer turismo y comprar viandas para el almuerzo. Aquí tenemos a los encargados de la logística.
La etapa incluía algunas poblaciones, lo que no ocurrió todos los días. Por las dos citadas en el cartel pasamos y paramos. La señalización fue casi siempre con líneas rojas y blancas del GR 65.
El camino, salvo excepciones muy contadas, está bien señalizado. Solo tuvimos un par de momentos de duda y en ninguno de ellos nos perdimos.
A la salida de Lectoure dijimos adiós a un pueblo al que es improbable que volvamos. La última imagen fue la espectacular torre de la catedral de Saint Gervais-Saint Protais.
El paisaje durante todo el día fue francamente agradable, pero con pocos paseantes, lo que fue la tónica general de la semana. Solo las últimas jornadas tuvimos algo de competencia.
Disfrutando de la belleza de estos campos recordamos haber leído que los 35 kilómetros del Camino de Santiago entre Lectoure y Condom son Patrimonio de la Humanidad desde 1998. El paisaje es interesante y agradable, especialmente en el momento en el que estuvimos, primavera avanzada, pero no llegamos a adivinar el motivo concreto de esta decisión ya que en otros casos ha sido igual de chulo y no tienen dicha declaración.
Caminamos a ritmo pausado y empleamos casi tres horas en llegar a Marsolan, una pequeña población presidida por una iglesia. En el único bar, pequeñito, tomamos un café y nos sorprendió la señal de agua no potable instalada en el baño (unisex, sistema que se repetiría, y cuando no uno para mujeres y discapacitados y el segundo para hombres y mujeres, sistema que a ellas les encantó). Nos quedó la duda de si realmente no se podía beber o la dueña prefería con este cartel aumentar las ventas de agua mineral.
Seguimos caminando en dirección a La Romieu entre bosquecillos y campos de cereal en plena ebullición. Aunque también había campos en barbecho (supusimos) y otros de berenjenas y colza. Más tarde empezarían los viñedos.
El camino no era difícil. Todo lo más se ondulaba, pero sin grandes desniveles.
Tras otro par de horas de paseo llegamos a La Romieu. El equipo de avituallamiento lo hizo antes tras comprar viandas de sobra y localizar un techado donde almorzar. El porche no era gratuito. Empezó a llover y también granizó, pero el fiambre con pan y vino de la zona más fruta nos supo a gloria. El objetivo era evitar una comida de restaurante a mediodía para no sumarla al desayuno contundente y la cena.
En este pueblo hay una leyenda sobre los gatos y Angelina, relativa a una hambruna que provocó que los lugareños se los comieran en el siglo XIV. La consecuencia fue la proliferación de ratas hasta un extremo insoportable, pero Angelina había conservado en un granero a escondidas dos gatos a los que quería con locura, y se habían reproducido hasta la veintena. Cuando la crisis era total informó a los vecinos, les dió uno a cada familia y fue el final de los ratones.... (colorín, colorado). Y ella una heroína.
Por ello el pueblo ofrece esculturas de mininos por todas las esquinas.
Pero lo verdaderamente interesante de La Romieu es su impresionante colegiata, también Patrimonio de la Humanidad, y su claustro.
En medio de una ventisca subimos también a la torre, desde donde oteamos los alrededores.
En medio de una ventisca subimos también a la torre, desde donde oteamos los alrededores.
A partir de aquí la etapa se complicó, pese a que estábamos a poco más de una hora del final. Llovió, venteó y el suelo estaba embarrado. Fueron unos kilómetros duros y llegamos empapados y bastante guarrillos al albergue.
Nuestro destino era una especie de casa rural llamada Les Arroucases, donde tuvimos que depositar palos y botas en el exterior so pena de dejársela hecha unos zorros.
El salón era la pieza más agradable y tras poner en marcha la chimenea todavía más. Ah, y tenía varios gatos...
Nuestros hospederos (Andrés, nacido en Calahorra pero toda su vida en Francia, y su mujer, ella sí francesa de nacimiento, ambos en la cabecera de la mesa) compartieron con nosotros una cena agradable (ensalada, pollo con guarnición y postre de helado con chocolate). Y antes de acostarnos, partida de chinchimonis (o chinos, a elegir) para hacer frente a la copa de armagnac, lo que se convirtió en el ritual de cada noche. Precisamente es lo que estamos haciendo en la imagen inferior con Juanma anotando. Jugó Andrés pese a que no conocía el juego, y fue un riesgo. Todos nos alegramos de que no perdiera...
Las habitaciones que utilizamos estaban bien amuebladas y la única de la planta inferior debe ser habitualmente la suya. Lo descubrimos a la mañana siguiente, al desayunar, cuando comprobamos que habían dormido en una caravana instalada en la parcela.
Con Andrés comentamos las elecciones del domingo siguiente, con Marine le Pen y Macron como contendientes. Lo hicimos con todos los hospederos en días sucesivos, ya como costumbre, y escuchamos de todo: favorables al segundo la mayoría, rechazo de ambos con voto nulo y también uno aparentemente filopenista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Alguien quiere decir algo?