martes, 2 de mayo de 2017

(24) Montreal du Gers-Sauboires (24 km)



Monique y su impresionante cachorro de dogo argentino de cinco meses nos acompañaron en el posado a la hora de iniciar la marcha en Montreal. En ese momento ya se había detenido el diluvio que nos preocupó durante el desayuno y que hizo que nos lo tomáramos con calma, ya que por su virulencia era casi incompatible con el paseo. El refectorio estuvo bien y a todos nos alegró sobremanera que incluyera kiwis.



Con tranquilidad iniciamos el camino a las 9:50, una hora nada peregrina, pero es que cada vez nos preocupa menos seguir los estándares. Hacemos lo que nos apetece y punto. Al poco de salir encontramos una ermita y a su lado una especie de rosa de los vientos señalando la dirección y la distancia a varias ciudades.


Y por si el peregrino quiere descansar y entretenerse un rato, la mesa incluye un juego de la oca sobre el Camino que, obviamente, termina en Compostela.
Y no había excusa para no utilizarlo, ya que incluía un dado bien amarrado, que se ve a la izquierda en la foto anterior.


El paisaje en este tramo resultó parecido al del día anterior, pero con la diferencia de una mayor abundancia de bosque en detrimento de los campos cultivados, que también los había. 



Tras algo más de dos horas de marcha entramos en  uno de ellos que nos sorprendió ya que fueron varios kilómetros (pudieron ser cinco o seis) por una senda trazada en rigurosa línea recta bajo árboles de gran porte.


No fue nada sencillo localizar un sitio medianamente adecuado para el almuerzo, y más con los campos mojados. Finalmente, en la periferia de Eauze (capital del Bajo Armagnac), junto a una amplia zona verde, el pórtico de una nave nos sirvió de improvisado comedor. El equipo de intendencia se lo curró para encontrarlo. Antes, a media mañana, los caminantes habíamos tomado un reparador café calentito en un chiringuito junto al camino bautizado como Casa de Elena, pero la denominación era italiana, no española, nos informaron.


Como en un cuartel, o un colegio, cola para el reparto de las viandas.


Tras el refrigerio, atravesamos esta villa de unos 4.000 habitantes que no nos llamó la atención, exceptuando su magnífica iglesia. Luego supimos que se trataba de la catedral de San Lupercio, del siglo XVI, que luce una magnífica vidriera.


En la segunda parte del camino seguimos paseando junto a amplísimas extensiones de viñedos, una tónica de las etapas de este año. A veces se pasaba por el medio de las fincas.


Esa tarde volvió a llover, lo que complicó la marcha y en ocasiones hizo que nuestras botas se pegaran literalmente a la tierra embarrada, pero con el agua y el incordio nadie se preocupó de hacer fotos. En una ocasión prácticamente patinamos en una explanada de tierra que no tenía escapatoria y donde valoramos el servicio que nos prestan los bastones.


A las 17,30 estábamos todos en Le Hargue, una antigua granja de cerdos que han reconvertido en distintas habitaciones y apartamentos para alojar viajeros,  muy agradables.


Todo ello dentro de una gran finca.



Echamos el habitual rato de descanso y parloteo antes de la cena.



Comimos bastante bien en una gran cocina, nosotros y una pareja de franceses que también caminaban, pero no hubo integración alguna. Y rapidito, algunos miembros del grupo nos fuimos al pueblo ya que ese día se jugaba la semifinal de la Champions (Real Madrid-Atlético Madrid). Fue una semana de eventos deportivos pues unos días después le tocaría al Celta en su exitosa etapa en la Copa de Europa. 



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