viernes, 18 de mayo de 2012

(8) Saint Chely d'Aubrac-Espalion (24 km.)


La salida de Saint Chely fue gloriosa: simplemente, diluviaba. Por la noche ya tuvimos alguna pista con la tormenta que descargó durante varias horas y al juntarnos en el hotel para desayunar el aguacero proseguía, a veces en forma de granizo. Pero claro, es lo que tiene pasear a fechas fijas, que si hace mal tiempo hay que aguantarse.



Así que tras algunos remoloneos, por aquello de si escampaba, al final nos pusimos en marcha tras una problemática foto en la que no nos atrevimos a pedirle a nadie que la hiciera. Hubiera sido una crueldad colocar a cualquiera ajeno al grupo en medio de la calle, por lo que Ana más o menos cubrió el expediente protegiéndose con un paraguas. Total daba igual, casi ni se nos veía bajos los plásticos.



En la salida del pueblo nos hicimos una foto en el puente, iniciando una jornada de puentes chulos, como se irá viendo. Lo mejor de todo es que, en cuestión de minutos, un día de perros (¿qué culpa tendrán los pobres perros, digo yo?) se transmutó en un día cubierto, sin más. Dejó de llover y pudimos irnos retirando las protecciones, pero el barrizal del camino no tuvo solución.




En este contexto de humedad el hayedo que encontramos a los pocos kilómetros, a veces con niebla, se revalorizó todavía más, y eso que no hacía falta.



Y poco a poco, como todos los días, empezamos a avanzar, con la alegría de que no hacía falta embozarse.




Otro rato después encontramos un curioso quiosquillo sin personal.



Bajo un techado en el pueblo en cuestión estaban colocados varios termos (agua, cafe y leche) junto a una caja de galletas además de azucarillos y tal. El mensaje, en varios idiomas, invitaba a consumir dejando como dádiva un eurito. Un primor para el caminante, siempre con ganas de encontrar la excusa para hacer un alto.


Junto al quiosco también se ofrecían palos a los peregrinos. Porota fue una de las que paró.



Y en la ruta, estimulados por el buen tiempo y el cafecillo, tuvimos un buen rato de cancionero, remedando quizás la fiestecilla del día anterior con los franceses.




A la mitad de la etapa, a 13 km. de la salida, llegamos a Saint Côme d´Olt, un pueblo histórico que teníamos previsto conocer en la medida de nuestras posibilidades. A la entrada, esta bucólica estampa.





Tiene un par de plazas relevantes y unas calles que las circundan de forma ovalada. En medio, su famosa iglesia con la cúpula retorcida. Es la gran atracción y encontramos un cartel que aludía a una asociación de ciudades con cúpulas similares. La monda.






Callejeamos, entramos en la Mairie (alcaldía o ayuntamiento), situada en un edificio histórico enfrente de la iglesia, cuyas vidrieras llaman la atención. Del Ayuntamiento, al abrir el portal, salió un gato blanco despendolado y hubo quien quiso engancharlo por considerar que era un funcionario que trataba de escaquearse...



Y por supuesto, entre vuelta y vuelta, descanso en las escaleras ante esta bella estampa de la fachada.



Hubo una cierta reunificación de los distintos grupos de paseantes, los que salen antes, los que avanzan más, los que han ido en coche y el grueso del pelotón, por simplificar. Unos optaron por comer de menú, otros de restaurante a la carta y los más por tomar una cervecita y reservarse para la noche. Y después, unos y otros, vuelta al camino.


La salida de Saint Côme también tiene un bello puente sobre el río Olt, cuyas márgenes seguiríamos para llegar a Espalion.



Hubo quien prefirió seguir la ruta oficial para concluir los 7,2 km. restantes, pero los que fuimos por el río disfrutamos de un paisaje agradable y sobre todo llano, a cambio de lo cual chupamos mucho asfalto.


Esta fue la salida de Saint Côme, con el puente sobre el Olt o el Lot, que de las dos formas vale, tanto sea francés como occitano.



La entrada en Espalion es espectacular.



El pueblo es relativamente grande y sobre el monte están las ruinas del antiguo castillo.


En Espalion, nos encontramos ya en el departamento francés del Aveyron, en la región del Midi-Pyrinées.


El Pont Vieux es del siglo XIII.



Parece que estas casas son unas antiguas curtidurías.




Dimos unas vueltas por el pueblo, en plan tranquilo, se hicieron algunas compras de delicatessen, e incluso hubo quien aprovechó para renovar su sombrero en plan dispendio total.

El puente es, con todo merecimiento, patrimonio mundial de la UNESCO.



Y después nos dirigimos a la búsqueda de nuestro hotel, de nombre, como no podía ser de otra forma, Moderne, teniendo en cuenta que se trataba de una instalación vetusta y muy demodé, pero no hubo protestas. Especialmente por su salón de la planta baja, muy de época, y también por la cena, que nos encantó: ¡por primera vez no tomamos carne!. Nos dieron ensalada con una especie de empanada, rica, de entrante, y luego salmón, estupendo, suavísimo, de segundo, con algunas guarniciones. Y de postre, como los demás días, dulce.
También hubo el segundo-segundo o el prepostre, como prefiráis, al que tan acostumbrados son los franceses: un surtido de quesos.




A veces te los traen servidos (3 o 4 pedazos de clases diferentes) o te presentan una bandeja con una docena de tipos, para que elijas. Una tercera opción es dejarte el muestrario y que cada cual se sirva. Lo correcto es pedir de tres, aunque si elijes un cuarto te lo ponen, y normalmente suelen ser pedazos generosos. En la foto, Juanma haciendo de repartidor en una de estas ocasiones.
Y al acabar nos fuimos pronto a dormir. Al día siguiente había que madrugar más, por aquello de garantizar que a las cinco de la tarde estaríamos en Golinhac, donde habíamos citado al autobús de vuelta para Toulouse. La gira entraba en su recta final.

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