Salimos un poco más tarde ya que no teníamos ninguna prisa: la distancia oficial eran 18,9 km, cifra que al final se alargó hasta los 20 , la más corta con diferencia de la ruta, un paseíto a estas alturas.
A lo largo del día disfrutaríamos de lo lindo con el paisaje del macizo del Aubrac, una planicie, más o menos, situada a unos 1.100/1.300 metros de altura, con enormes prados y con vistas impresionantes de soledad, algunas vacas, bosques de vez en cuando y el pensamiento constante de qué duro debe ser esto en invierno.
Me olvidaba de las flores... y de los paseantes, de nosotros y de otros muchos, pues el 17 de mayo era festivo en Francia, la Ascensión, y el puente de jueves a domingo llevó a mucha people a los montes.
Al poco de salir pasamos por Nasbinals, una localidad de cierta importancia y con una iglesia interesante.
Sin embargo, Fely y los demás nos fijamos de manera especial en las cortinas de la puerta de acceso. Llamativas.
Estos dos vehículos antiguos se encontraban en las inmediaciones.
La salida de Nasbinals es una cuesta larga y cansada, pero bajo un bosque de hayas espectacular. Uno más tras los ya vistos y los que vendrían en el día.
Y cuando no eran bosques, grandes prados y espacios abiertos, como los que recorrió María José a la carrera. Y es que tuvo que volver a Nasbinals a toda máquina pues se había dejado el bastón junto a la iglesia. Lo recuperó, como ocurrió en otros casos similares.
No había camino y teníamos que abrir portones para entrar, cabe imaginar que con el permiso de sus propietarios. De esta forma el ambiente era más natural todavía.
Encontramos a mucho paseante, peregrinos y también a domingueros. A los franceses les encanta el senderismo desde hace muchos años y la tradición se nota.
Uno de ellos era el hijo de unos leoneses ya nacido aquí. Hablaba bien español y se confesó enamorado del Aubrac. Reconoció que los inviernos, con la nieve, la lluvia, el viento y el frío, eran difíciles.
Sin embargo el día estaba suave.
Nos temíamos lo peor tras los días anteriores, pero poco a poco nos tuvimos que ir despojando de la ropa de abrigo.
En Aubrac, ya con más de la mitad de la etapa recorrida, hicimos la parada habitual para reponer fuerzas.
Es un pueblo con historia, con una iglesia superviviente de un antiguo recinto hospitalero de gran tamaño y el restaurante de abajo, con buena pinta y un interior de época.
Aquí comenzó un descenso intenso.
Bajamos de 1.300 a 800 metros en menos de 7 kilómetros, muchas veces con un camino pedregoso que complicaba el paseo, pero así son las cosas.
No obstante, también hubo páramos bellísimos.
En medio de una bajada paramos a descansar en un lugar frondoso, que hacía calor.
Y, poco después, a primeras horas de la tarde, llegaríamos a nuestro destino por unas veredas muy estrechas, donde íbamos prácticamente apiñados.
Así alcanzamos Saint Chely, el hotel de la Vallée, donde habiamos reservado.
Íbamos a dormir repartidos por el pueblo, única forma de hacer noche en este pueblito, que resultó más chulo de lo que preveíamos. Sabine, la dueña del hotel, nos fue encajando: 4 en el propio hotel, seis en unas habitaciones muy chulas, cuatro chicas en otro lado y el resto más o menos con Jaime aislado en una casa sola.
La de abajo es una de las casas que utilizamos, concretamente la que tenía las tres habitaciones. Por dentro estaba totalmente restaurada.
Abajo la casa de las chicas que, al parecer, había sido la del zapatero del pueblo.
... Y LLEGÓ LA CENA
No estaba previsto nada de particular, pero se lió la fiesta. De entrada, en lo gastronómico muy bien, por fin dejamos el jarrete y aunque cenamos carne fue un confit de pato, riquísimo. También pudimos probar, fuera de menú, el aligot, un plato típico de la zona (puré con queso) del que teníamos capricho.
La sorpresa fue que teníamos en el comedor a una treintena de paseantes franceses con unas ganas de marcha descomunal. Poco a poco empezamos a pegar la hebra. Y su líder festero pronto vino a montar el jaleo. Los dos están de pie junto a Montse (de blanco) con los franceses. El de azul era el más follonero y el de blanco era de origen español aunque no hablaba mucho castellano.
Montse fue la primera en bailar, pero luego siguió el cachondeo, y hasta nos enviaron una botella magnum de vino. Eran muy amables y tenían ganas de interrelacionar.
Después llegó la "guerra" de canciones conocidas: una francesa, una nuestra, y como era el Día de las Letras Gallegas empezamos por una autóctona.
Alfonso, off course, fue uno de los más animados/animosos, recordando quizás su memorable actuación en Hiroshima.
Participamos en una canción francesa en el que van levantándose los que cumplen años en cada mes. En la imagen inferior Irache se canta a su mes.
Manolo, que compagina su labor de chofer con la de traductor, nos ayudó a sobrellevar a esta jauría de franceses ávidos de juerga. La verdad es que fueron muy amables e integradores.
Y como fin de fiesta, nuestras divas les impresionaron: María José (en la imagen) y también Beni. Del lado gabacho también dos mujeres cantaron a Edith Piaff y otras que no reconocimos.
Un aplauso de confraternización y muchos deseos de "buen camino" pusieron punto final a una jornada que nos quedará grabada gratamente para siempre gracias a este amabilísimo grupo de franceses sociables.
Son de ésos recuerdos imborrables de los que se hablará durante mucho tiempo.
Nos alegramos (mucho) por la sincera contribución a anular el tópico de franceses antipáticos y poco agradables. Y que nunca ha sido verdad por muchos ejemplos que todo el mundo pueda poner jurándolo. El número de catetos presumidos con el IQ por debajo de lo justito y dispuestos a demostrarlo con entusiasmo, suele ser un porcentage muy igualado, andes por donde andes. El vino, y queda a la vista, siempre ayuda a confraternizar y de forma muy legítima.
ResponderEliminarGracias por compartir un ejemplo de buen rollo con franceses de a pie y nunca mejor dicho. Infieles o no. Además Sarko, heureusement, ya es un puntito en la lejanía.
C.C.