jueves, 4 de mayo de 2017

(26) Lanne Soubiran-Aire sur l'Adour (21 km.)


La partida anticipada de Irache obligó al equipo de apoyo a trabajar más de lo normal. Motivo: era preciso acercar al grupo de caminantes al punto de salida, la pequeña ermita de Lanne Soubiran, donde habíamos terminado la tarde anterior, y después llevar  Irache a coger el tren Auch-Toulouse para que viajara en avión a Oporto. La verdad es que echó el día, pues en Oporto tuvo que desandar lo andado y llegarse hasta A Coruña en su coche. Resultado, el chófer (Álvaro) y los seis andarines del día estábamos a las 8:50 en el punto de salida, a unos 9 kilómetros del hotel donde habíamos dormido, algo antes de lo habitual. Álvaro cada vez tenía mejor su rodilla operada y seguía lamentando no poder acompañarnos por causa de fuerza mayor.



El día pintaba luminoso con senderos del tenor de los días anteriores.


Y también inacabables sembrados de vid en todo momento.



Aunque no queda reflejado en las fotografías (¡Ay Alfonso! tu también forzada ausencia nos dejó con -mucho- menos material gráfico de lo acostumbrado), la pega fue que hubo varios y largos tramo de camino sobre asfalto, lo que siempre es una lata.



En una aldea, junto a esta pequeña iglesia, paramos a tomar algo de fruta. La etapa se preveía corta, a expensas del habitual baile de kilómetros, por lo que caminábamos con tranquilidad.


Fue la única parada salvo un intento en la siguiente población, a unos tres kilómetros, de nombre rimbombante, Barcelona du Gers, donde no fue posible: ¡estaba todo cerrado a la hora del mediodía! Imposible tomar un cerveza o sentarnos en una terraza, salvo que esperáramos a que abrieran. Nos sacó del apuro una amplia cafetería adosada a una gasolinera a la salida de "Barcelona", cuando ya nos habíamos despedido del aperitivo. Allí disfrutamos de un vinito con una tabla de quesos, ambos de la tierra.


En poco rato nos pusimos en Aire (faltaban menos de 3 kilómetros) y resultó una villa de lo más agradable y con una imponente catedral que data del siglo XII. Fue sede episcopal hasta 1933 y ronda los 7.000 habitantes.


Tuvo mucha importancia siglos atrás precisamente por pasar por allí el Camino de Santiago y también por las posibilidades que ofrecía en aquella época el río Adour, que la cruza.


Antes de dirigirnos a la casa rural que teníamos reservada dimos unas vueltas para conocer Aire y se confirmó la buena impresión que nos había causado. En cuanto al tiempo, el calor se impuso. El equipo de logística había dado cuenta de una buena comida tradicional en un restaurante y les acompañamos en los postres de helados y batidos.


Tuvimos que subir una empinada cuesta para llegar al alojamiento, Le Mas, una casa antigua bastante imponente situada en un barrio elevado.




Las habitaciones tenían sabor de otro tiempo y nos encarecieron para que nos moviéramos descalzos o en zapatillas sobre un entarimado vetusto que hacía música al andar. Lo entendimos perfectamente. Pascale, el propietario, nos explicó que habían comprado la casa (de 1780) doce años antes cuando sus anteriores propietarios se mudaron a Burdeos.


Como prueba del estilo, uno de los baños.


Disponía de terrazas y la casa de una muy llamativa escalera.



Para la cena, nos trasladaron en el vehículo del casero y en otro del dueño del restaurante a un pueblo vecino, Bachen, a unos 7 kilómetros, y lo mismo para regresar. Fue con seguridad la mejor comida de todo el camino, además del estilo y el gusto del local: ensalada variada con pastel (hojaldre), jamón y espárragos; cerdo a la brasa con frutas y un riquísimo pastel de manzana, todo ello acompañado con un vino muy digno. 



Teniendo en cuenta que habíamos negociado media pensión (cena, alojamiento y desayuno) y que los precios eran razonables (cada persona 55 ó 60 euros, salvo una individual a 85), la cena puede considerarse excelente. Además, a la mañana siguiente también nos sorprendería el desayuno. Nos llamó la atención la mujer del dueño del restaurante, oriental y muy guapa, lo mismo que la hija de ambos, de unos 12 años. No ubicábamos su procedencia (no eran chinas, ni japos ni tailandesas) y no era de extrañar: la madre era tahitiana, algo infrecuente, al menos para nosotros, y la hija había heredado sus rasgos.


Aunque disfrutamos de la cena, no nos demoramos más de lo necesario ya que teníamos interés en acudir al pub estilo irlandés Le Comptoir de L´Adour a tiempo para el partido del Celta con el Manchester de la Copa de Europa, y ya es sabido que la cosa no fue bien. Jugaban en Vigo y ganaron los ingleses por un gol, que a la postre una semana después sería decisivo.


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