(Viene del capítulo anterior)
Al final de la entrada anterior comentamos el roce con una pareja de peregrinos que nos llamó la atención por hacer ruido en las habitaciones a una hora temprana y el susto que nos dio la alarma de incendios.
Un rato después de este pequeño shock, al bajar a desayunar encontramos las dos maletas de la pareja en el vestíbulo del hotel, un pequeño hall donde nunca hay nadie. Estaban allí para que una empresa que se encarga de llevar equipaje de los peregrinos las trasladara a su siguiente destino, Saint Jean, al igual que nosotros. En las etiquetas figuraban sus nombres, país de procedencia (USA) y teléfono. Molestos por su comportamiento, empezamos a divagar sobre cómo devolverles su bromita, ¿llevándonos las maletas?, ¿enviarles por wasap unas foto de las maletas y pedirles rescate? o, directamente, ¿llevárnoslas hasta Santiago de Compostela y dejárselas al lado de la catedral, en el Hostal de los Reyes Católicos? Obviamente, no hicimos nada salvo dar rienda suelta imaginaria a nuestro pequeño cabreo.
Pero no quedó ahí la cosa. Una rato después, ya en plena caminata, nuestra avanzadilla con los coches llegó al hotel de Saint Jean y, ¡oh casualidades!, allí estaban ya sus maletas. Resulta que entre un montón de alojamientos posibles habían elegido el mismo que nosotros. Por suerte, no volvimos a verlos ni hubo más incidencias.
Al margen de esta anécdota el último día del Podiense discurrió por los cauces de la más absoluta normalidad. Eran menos de 20 kilómetros y estábamos pelín emocionados ya que siete años después de comenzarlo íbamos a concluirlo tras cinco viajes al sur de Francia con este objetivo. No era ningún récord, pero que un grupo de personas que tienen todas sus ocupaciones y su vida en poblaciones lejanas se ponga de acuerdo para hacerlo tampoco es sencillo.
Por la mañana, sin prisa, posamos para la última foto de salida ante el hotel Espellet. El día era, una vez más, magnífico. Antes habíamos tomado el desayuno, que no estuvo mal, destacando un riquísimo cruasán.
De hecho, al poco de salir tuvimos que empezar a quitarnos ropa pues el calor empezaba a hacerse notar. Por la noche se había llegado a tres grados, pero de día subió enseguida la temperatura.
El paisaje seguía siendo atractivo, muy bonito, aunque no tanto como el del día anterior.
En un entorno muy rural, a lo largo de la mañana (en cinco horas resolvimos la etapa) atravesaríamos varios pueblecitos y numerosas granjas y caseríos.
Lo peor de todo: que algunos tramos del Camino discurren junto a la carretera y bastantes más en la ladera a muy pocos metros del vial y el tráfico es una molestia y un riesgo. El podiense tiene que mejorar en estos aspectos y creando alguna zona de descanso porque a veces no es fácil encontrar donde hacer una paradita.
Aunque corto, hubo alto en el camino en un prado, pero para ello tuvimos que abrir la cancela, ya que no encontramos ningún espacio abierto adecuado para detenernos.
Compartimos un rato con un chico canadiense de 23 años, de Quebec, que estaba haciendo de una tirada Le Puy-Fisterra. Calculaba dos meses y medio y pretendía romper así con su etapa de estudiante antes de empezar a trabajar. Era un buen andarín y muy pronto nos abandonó ya que retrasábamos su marcha.
En Saint Jean le Vieux, ya cerca del final, hicimos una paradita con silla y cervecita, antes de afrontar los últimos cuatro kilómetros, una minucia si tenemos en cuenta los casi 770 del Camino Podiense que teníamos a nuestras espaldas.
Llegamos finalmente a Saint Jean, donde una plaquita recuerda que la Unesco reconoce los caminos franceses como Patrimonio de la Humanidad.
En esta Puerta de Saint Jacques nos hicimos la foto oficial de llegada y desde allí nos dirigimos al hotel. Se trataba del Ramuntxo, el mismo en el que tres miembros del grupo pernoctamos en el 2005 cuando iniciamos el Camino de Santiago desde aquí para llegar a Compostela, y después alargaríamos hasta Fisterra y Muxía.
Mochila sobre ruedas, un invento novedoso aunque dudamos de que sea muy práctico |
Saint Jean es una ciudad histórica, amurallada, con sus antiguas calles empedradas, casi todas en pendiente, volcada en el Camino de Santiago, que la llena de peregrinos día tras día salvo los meses más crudos del invierno.
Excelentemente conservada, esta ciudad es un parque temático del Camino, con tiendas de productos para los caminantes, de recuerdos y productos de la tierra, albergues, hoteles, restaurantes, de todo. Y muchos, muchos peregrinos de todo el mundo.
Nuestro plan era pasar la tarde viendo la ciudad y a la mañana siguiente iniciar el retorno, cada mochuelo a su olivo tras esta agradable semana.
Recorrimos la parte alta de la zona amurallada,
tomamos un tentempié para reservarnos para la cena,
En la Citadelle, buscando la "tachuela" del escarpado camino a Roncesvalles que bien recordamos algunos |
y casi-casi hicimos turismo al uso, lo que no estuvo nada mal.
Satisfechos todos, hubo quien quiso dejar constancia de la distancia recorrida estos años, aunque en el cartel comercial figura una cifra diferente a la de algunas web, que la elevan ligeramente.
En el hotel nos recomendaron el restaurante café Ttipia para cenar, que en internet tiene muy buenas críticas, y fue un acierto. Era lunes por la noche y pese a ello estaba a tope, y en el grupo hubo quien celebró el final con un excelente chuletón, pero los demás también cenaron de maravilla a un precio más que aceptable.
Visión nocturna del Puente de Saint Jean |
Con las calles ya desiertas volvimos al hotel, admirando la belleza de una villa fundada en el siglo XII y que cuenta con una larga historia.
Nosotros, mientras tanto, con el mono del final del Camino Podiense comentamos durante la cena posibles viajes y actividades para el futuro inmediato. Se barajaron unos días en otoño en Sicilia y recorrer los canales del Loira en barco la primavera siguiente (al estilo de lo que ya hicimos en el canal del Midi) y sigue sobre la mesa un recorrido por Transilvania. Iremos viendo.
De momento, a la mañana siguiente cargamos por última vez los dos vehículos y cada grupo inició el retorno por caminos diferentes.
El que fue por el Norte soltando "lastre" en A Coruña y Pontevedra, y el que siguió hasta Pamplona hizo lo propio en Logroño y Burgos, llegando después a los alrededores de Vigo.
Aquí en el Puente de Saint Jean |
Salvo opinión en contrario más docta que la del estas líneas escribe, en la foto de despedida se nos ve felices, satisfechos... y pensando ya en la siguiente. Hasta pronto!
El resumen final de este camino es altamente positivo: nos ha permitido conocer de forma serena y detallada una zona del sur de Francia a la que seguramente no hubiéramos viajado nunca. El paisaje ha sido maravilloso y a la vez muy variado, hemos visitado muchos pueblos muy interesantes y hemos experimentado en muchos casos una hospitalidad entrañable a precios en general razonables en sitios muy diferentes. Aparte, hemos comido muy bien y, cada año a su manera, en estas cinco semanas, lo hemos pasado genial, experimentando en convivencia el camino, sus sufrimientos y sus jolgorios, lo que nos ha permitido conocernos más a nosotros mismos y a los demás. ¿Qué más se puede pedir mientras el cuerpo aguante?