sábado, 4 de mayo de 2019

(32) Navarrenx-Aroue (20,1 km)



Iniciamos la segunda mitad de la ruta con mejores perspectivas de tiempo tras la foto ritual delante de una iglesia, la de Saint Antoine, del siglo XII aunque reformada en el XIV, cercana al alojamiento y que exhibe una curiosa torre de campanario.


Antes habíamos desayunado en el albergue atendidos por Jean Pierre y Monique, sus titulares, que aparecen de pie en la foto. El refrigerio estuvo bien, siendo lo más destacado la variedad (¡siete!) de mermeladas caseras elaboradas por la hospedera, de todos los pelajes y a cada cual más rica. Ambos eran muy simpáticos y al poco la conversación derivó en la historia de Navarrenx. Monique resultó ser una persona muy interesada en la historia local y nos contó que la casa en la que estábamos y habíamos pernoctado databa de 1692, y que su abuelo la había comprado en 1900. Llevaban seis años al frente de Casa Lasarroques y anteriormente, durante dos décadas, habían regentado el albergue municipal. Confirmó que la bastida se había construido para defenderse tanto de España como de Francia, y se mostró muy orgullosa de Navarrenx, donde ella había nacido.

Poco después salíamos de Navarrenx por el extremo contrario al que entramos el día anterior a través de una puerta medieval con el nombre de La Puerta de España. El objetivo era hacer una primera tirada de 15 kilómetros, hasta Lichos, y tras un descanso abordar el resto en lo que se planteaba como una etapa cómoda y nada agobiante.


Al pie de las murallas, dos esculturas en piedra de sendos peregrinos nos llamaron para hacernos una foto con ellos y no pudimos negarnos.


Cruzamos el puente sobre la Gave D´Oloron. En este lugar originalmente se construyó un paso de madera (siglo XII), sustituido por el de piedra en el XIII. Es recio e imponente, y cuenta con dos pequeña aceras para peatones.
Un poco después dejábamos Navarrenx urbano subiendo un monte tal y como señalaban las indicaciones. Un perrillo que andaba suelto, bastante cachorro, se empeñó en acompañarnos en la subida y no sabíamos bien qué hacer. Cuando ya nos habíamos alejado unos doscientos metros, oímos gritar a lo lejos a su dueña y paramos para que pudiera alcanzarnos. Una vez recuperado, lo cogió en brazos y se volvió riñéndole cariñosamente y dándole cachetes en el trasero, como a un niño... Si tarda un poco más se viene con nosotros.


Enseguida llegamos a Castetnau-Camblong, un pueblecito que atravesamos sin parar.


El edificio de su alcaldía es enorme y no especialmente agraciado. Nos llamó la atención que las oficinas de Secretaría se anuncian casi como un ente autónomo, al nivel de la escuela, al otro lado.


A partir de aquí el paisaje volvía a ser el de costumbre: tranquilo y relajante, ondulaciones y llanos, praderas y bosquecillos y mucho verde, con un brillo especial tras la reciente lluvia. Con este día y este ambiente íbamos tranquilos y mentalmente relajados.


Esa no sería la única historia de perros del día, pero seguíamos caminando ajenos a todo lo que no fuera mover las piernas, charlar entre nosotros y disfrutar de la naturaleza.


Al cabo de un rato el cielo se oscureció, algo que figuraba en las previsiones, y cayó un pequeño chaparrón que nos obligó a reforzar nuestro equipamiento, pero fue cosa de poco. Enseguida escampó y de nuevo tuvimos que despojarnos, lo que es una lata pero inevitable: caminar con sol y plásticos es un pequeño suplicio.


A unos kilómetros de Lichos apareció un local de aspecto campestre que invitaba a detenerse, pero optamos por seguir ya que el avituallamiento nos esperaba en una parada prefijada para más adelante.


Riachuelos, anuncios del Camino y un paisaje tranquilo seguían acompañándonos, algo impagable.


Finalmente llegamos a Lichos, donde ya estaba montado el almuerzo bajo un pequeño techado de un patio anexo a la Mairie, tras darles permiso una señora que estaba por allí . Suponía una ventaja contar con una mesa y la garantía de esquivar la lluvia si regresaba, que el día estaba otra vez nublado.

         El picnic estuvo realmente bien

Cascabel del que liberamos a un perrillo

Mientras disfrutábamos del almuerzo nos acompañaba, a unos pocos metros, un perrillo sujeto por una larga cadena y con el pelaje bastante descuidado. Daba la impresión de que no se ocupaban mucho de él. El animalito era muy nervioso, no paraba de moverse, y le habían colocado un cascabel que sonaba de seguido, imaginamos que provocándole una importante molestia dada la sensibilidad acústica de los perros, algo que su dueño/a seguramente no tuvo en cuenta. Antes de marcharnos decidimos liberarlo de tan inmerecido castigo, aunque nos llevamos el cascabel. Ya tarde concluimos que mejor hubiera sido dejárselo con una notita explicativa, pero no tenía arreglo. Supusimos que pronto luciría un cascabel nuevo. 


Los últimos cinco kilómetros cayeron casi sin enterarnos y así liquidamos la etapa. Aunque llegamos a Aroue (ya en el País Vasco francés), se trata de un pequeño pueblecito y habíamos tenido que reservar habitaciones en un hotel de Saint Palais, a ocho kilómetros. Habíamos tratado de evitarlo, pero en estas etapas los pueblos son minúsculos y carecen de servicios, y menos para alojar a once caminantes. Al tener dos coches a nuestra disposición tampoco suponía problema alguno.

Hotel de la Paix, a la derecha, en una foto con ojo de pez que distorsiona la imagen
Para nuestra sorpresa el Hotel de la Paix estaba cerrado y tuvimos que esperar. Una empleada llegó a las cuatro, repartió las habitaciones, nos dio llave de la puerta y de la entrada y desapareció. No volvimos a verla hasta la mañana siguiente en el desayuno. Quedamos allí de usuarios y responsables.


El tiempo sobrante lo utilizamos para recuperarnos, pues aunque la etapa había sido suave los días de marcha se van sumando.


Saint Palais (Donapaleu en euskera) es un pueblo de 2.000 habitantes de buena factura, con un par de plazas agradables y bastante comercio, pero no histórico como Navarrenx.

Feria de Saint Palais un siglo atrás
En un bar tenían fotos históricas de la localidad, como esta curiosa imagen de un mercado de bastantes años antes.

Tras dar unas vueltas y hacer algunas compras, ahora que el final del Camino se acercaba, cenamos en un restaurante junto al hotel.


Una vez más la comida estuvo bien, con platos como confit de pato, trucha y algún otro pescado y lengua de vaca, aparte de unas reconfortantes sopitas. De postre destacaba el arroz con leche.

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