domingo, 5 de mayo de 2019

(33) Aroue-Larceveau (28,1 km)


Estamos en el País Vasco, en Aroue, donde hicimos la foto de salida, en el lugar de inicio de la caminata, y la mañana era fresquita, bastante más que en los días precedentes, aunque con sol. Por la noche la temperatura había bajado a solo dos grados, sorprendente en mayo y a una altura de poco más de 100 metros.


Y el paisaje, de forma clara, había variado. Y también los complementos, pues las vacas empiezan a ser una compañía frecuente. Una raza de colores claros, con un aire a la rubia gallega pero estas con una cornamenta cortita.


Nos pusimos en marcha sabiendo que en los quince primeros kilómetros no había pueblo alguno, y que por tanto sería difícil que los coches pudieran recoger a alguien caso de necesitarlo. La salida se inició con una fuerte subida para abrir boca. Sería la tónica de la jornada y una de ellas de cierta envergadura.


Los bosques y el verde eran impresionantes.


En otros momentos veíamos praderas casi hasta el infinito.

¡Una gozada!


En alguna empinada subida, llena de piedras además, las vacas, tumbadas y relajadas, nos miraban como preguntándose qué hacíamos por esos lares, resoplando. Razón no les faltaba.


Algún cartel nos hizo dudar ya que teníamos que pasar por Ostabat, el pueblo previo a la meta del día, pero las indicaciones señalaban también la otra ruta, hacia el camino del Norte, que pasa precisamente por Saint Palais, donde habíamos pernoctado.


Conforme a las previsiones, los primeros quince kilómetros fueron todo campiña y más campiña, con el grupo centrado únicamente en caminar. 


Siguiendo estas claras indicaciones llegamos a Larribar, el lugar de parada y almuerzo, utilizando el lugar más adecuado que localizaron los encargados de la logística de apoyo.

El menú había sufrido alguna variación, con sardinas en lata que nos supieron a gloria, pan del día y tomates.

Impresionantes las montañas de los Pirineos, con una buena capa de nieve todavía

Tras reponer fuerzas, el grupo se puso en marcha en paralelo a las montañas y con algunas bajas sobre la mañana. La etapa era dura y larga y los problemas de salud a veces generan contratiempos, pero nada de relevancia.

En lo alto de un repecho, bueno, repecho no, algo más, que en poco pasamos de 100 a casi 300 metros de altura, una minúscula ermita de extraña configuración invitaba a detenerse. Desde allí se divisaba una vista imponente que atrapaba al peregrino.


Los Pirineos, todavía con abundante nieve, se nos mostraban con claridad al fondo de verdes valles infinitos.

Las cuestas,  algunas verdaderamente empinadas, nos acompañaron todo el día
Serpentear entre montañitas tiene el inconveniente de que llanear es una excepción. 


En ocasiones el piso era directamente de piedra, pero natural.


Menudeaban carteles e indicaciones a lo largo de la etapa como esta del punto más elevado y en general todo el camino. 


En ese momento todavía no lo sabíamos, pero el trayecto que hacíamos entre Aroue y Ostabat está catalogado como Patrimonio de la Humanidad. Pese a ignorarlo, desde el primer momento nos pareció un tramo muy especial, mucho. Otros recorridos del Camino Podiense también lo son, caso de Lecture-Condom (35 km) o Bach-Cahors (26). Igualmente la abadía de Moissac, el puente de Cahors y su catedral, y varios puentes, iglesias y catedrales más que conforman una larga relación.


Y en todo momento tuvimos al lado, de frente o al costado, impresionantes montañas nevadas. Nuestra sensación era disfrutar de un paisaje grandioso.


Y en este ambiente cubrimos los últimos kilómetros.


Atravesamos bosques,

granjas con ovejas y en un caso presenciamos como el pastor y unos expertos perros las encerraban con singular maestría, ya en las puertas de Larcevau aunque, realmente, no parece difícil, ya que todas siguen a la primera de la fila.


A tres kilómetros del destino, en Ostabat, cansados y sudorosos, hicimos una parada buscando un bar donde tomar una cerveza, pero estaba cerrado y un cartel anunciaba una hora de espera para abrir. Optamos por descansar sentados unos minutos y seguir.



Ese día nos hartamos de ver caseríos vascos, de tipología tan reconocible, 

al igual que la de nuestro alojamiento (abajo), impolutos y perfectos en su exterior.

Hotel Espellet,  donde nos alojamos
Tras un montón de horas de marcha, al menos siete, llegábamos al hotel Espellet, por fuera en perfecto estado de revista y por dentro, bueno, las zonas comunes sin queja, pero alguna habitación, sobre todo el baño, precisa urgente reforma en profundidad y mejoras intensas, aunque es verrdad que el precio fue competitivo: 48 euros la media pensión.


Llegada la hora de la cena, estuvo mejor de lo previsible dado el precio: entrante de merluza y salmón con salsa en una especie de tostas; magret de pato con patatas y ensalada y de postre fresas con nata y una tartaleta. Sin queja, todo lo contrario. Se ve que, en general, el restaurante tiene buen nivel y de hecho, cuando llegamos, sobremesa del domingo, había muchísima gente comiendo allí.

Sin esperarlo, el momento crisis llegaría poco después cuando, en una de las habitaciones, (obligado, no era cosa de sacar nuestro Armagnac en el bar del hotel) echábamos la habitual partida de chinchimonis. A las 21,55 oímos unos gritos estentóreos en inglés quejándose (supusimos) del follón que montábamos. Nos quedamos de piedra. No imaginábamos estar molestando a nadie y dada la hora ni nos lo planteamos. Imaginamos que protestaba la única pareja alojada allí, además de nosotros, a la que habíamos visto en el comedor y, el día anterior, en el hotel de Saint Palais. Rápidamente nos callamos, acabamos la partida  y  nos fuimos a dormir, pero con la sensación de que dada la hora no era para montar ese alboroto o que, simplemente, podían haber llamado a la puerta y les habríamos hecho caso.
Aunque sea pasar a otra jornada, relatar que el incidente tuvo segunda parte. A las siete de la mañana empezó a sonar una chicharra atronadora en el hotel. Al principio no sabíamos qué pasaba, salimos todos al pasillo, en pijama,"alarmados", y vimos que era la alarma de incendios. Uno del grupo había sentido bajar a la susodicha pareja un instante antes y en el desayuno el dueño dijo que no sabía qué podía haber pasado. Señaló que para que para que sonara era preciso pulsarla o acercar una llama como de mechero, por lo que pensamos que seguramente habían decidido vengarse. Lo que ignoraban es que tuvimos en nuestra mano devolverles la jugarreta (continuará).

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