Relajados y con una mañana soleada, después de un desayuno bastante bueno al que añadimos por nuestra cuenta fruta y yogures que el equipo de intendencia había comprado el día anterior, iniciamos nuestro descenso de Luzerte desde la Gite Les Figuiers.
En un primer momento hubo un poco de desconcierto, merced a las explicaciones del personal del albergue que cada uno, como suele ser habitual, interpretó a su manera. Esto dió como resultado alguna vuelta que otra, comprobaciones que nos hicieron andar más de la cuenta...etc pero, finalmente, encontramos como siempre el camino y comenzó la andadura.
Poco a poco, esta ciudad medieval tan atractiva iba quedando atrás. Un último vistazo y vuelta a los inmensos campos sembrados con primoroso alineamiento, regados, arados, alimentados con esmero, mimados, en suma. Por todas partes, las balsas de riego que permiten estas operaciones y que parecen lagos en pequeño o estanques decorativos en los que apetece zambullirse.
Nos llamó la atención esta especie de hórreo con su palomar en la parte de arriba.
Estaba junto a una casa de campo, prácticamente en medio de la nada, pero señorial e imponente, con todas las contraventanas de color azul claro y abiertas a la par, como si buscaran en este pequeño detalle una simetría deliberada, atrapando el sol de la mañana.
Vimos bastantes casas de este estilo, en medio de grandes explotaciones agrícolas, muchas veces ubicadas en el punto más elevado desde el que sin duda se visualiza toda la finca y con el entorno más próximo bien ajardinado.
Y en esta jornada, después de hablarlo entre todos, se acabó el desfallecimiento por falta de avituallamiento y ubicación caprichosa de los recursos hosteleros. Pactamos con el equipo motorizado de apoyo que en un sitio concreto, nos harían llegar unas viandas de las que daríamos cuenta entre todos.
Así que una vez llegados a un pueblo bastante anodino, llamado Durfort-la Capellette, nos tocó esperar un poquito, rato que, dada la buena temperatura, aprovechamos para descansar y estirar los músculos.
Cada uno/a optó por la posturita que le pareció más adecuada, de acuerdo con su estado.
O con sus actividades.
Dado que en la plaza convenida, cerca del ayuntamiento, sólo había una mesa en la que llegado el caso podríamos comer, comenzó la operación desalojo de un chico que la ocupaba, presupuesto necesario para que pudiéramos ocuparla en su totalidad una vez que llegara el cátering . Comenzamos con una disuasión suave, preguntando si podíamos sentarnos, pero, visto el panorama, se pasó al ataque.
Sin embargo, el hecho de que Jaime se situara en decúbito supino junto a él en estado bastante catatónico, y Juanma hiciera lo propio en plan "chaval, más vale que te vayas de aquí" no hizo la más mínima mella en la criatura que se mantuvo en su posición aún después de arribado felizmente el equipo de avituallamiento pertrechado con varias pizzas calientes, fruta, embutidos, vino....y toda una serie de exquisiteces a las que, por supuesto, no fue invitado, a pesar de que había quien de decía que el chico le daba pena. Para imaginarse la escena: 12 personas hambrientas poniéndose las botas en una mesa, la única en el entorno, y el elemento en medio, escuchando algo en su móvil y comiendo lacasitos. Para matarlo, sobre todo teniendo en cuenta que cerca teníamos unos cuantos bancos en los que podía hacer lo mismo tan ricamente.
El caso es que una vez recogido todo, cuando ya volvimos unos al coche y otros a la andaina, el elemento decidió también hacer mutis por el foro o, lo que es igual, esperó a que nos fuéramos para irse él también.
Marién y Paco se nos unieron al camino, que prometía ser llano según los planos pero que, como siempre, no lo fue en absoluto. La primera durante un rato, en el que atravesamos numerosas plantaciones de frutales, en su mayoría, cerezas, ciruelos o similares.
Tras algunas deserciones motivadas por molestias de diversa procedencia, el camino, en gran parte por asfalto y apenas sorteando la carretera que llegaba a Moissac, se hizo un poco pesado.
Hicimos algunas paradas breves para descansar.
Nos llamó la atención esta singular Area de reposo de peregrinos, ya cerca de Moissac, bastante kitsch, aunque lo cierto es que eran pocos los sitios para descansar en el camino por lo que había que tirarse al suelo, cosa que, con lluvia, podría ser complicado. Ojo a los asientos de plástico de color verde, que pueden convertirse en tendencia.
Cansados y un poco escangallados, aunque contentos como siempre, llegamos a Moissac, donde Juanma y Manolo nos sorprendieron esperándonos en una rotonda.
El caso es que desde la mencionada rotonda hasta el hotel, que creíamos cerca, quedaban todavía más de dos kilómetros urbanos por las aceras que a la vista de lo machacados que estaban los músculos de nuestras piernas, se nos hicieron eternos.
Después de más de ocho horas en el camino, paradas incluídas, llegamos con la convicción de que desde que habíamos comido la etapa no mereció mucho la pena. Siempre hay alguna así.
Atravesamos el centro de Moissac, una ciudad que debió tener mejores tiempos y conocida, básicamente, por su imponente abadía con su no menos imponente claustro y su ubicación junto al Garona y nuestro viejo conocido, el Canal du Midi. Por lo que vimos es una de las ciudades con fuerte presión inmigratoria, quizás por la potente agricultura de la zona pero muchas casas parecían desocupadas.
Una vez en el hotel, nos distribuímos por las habitaciones.
Estaba en un plaza muy céntrica pero, en general, no nos gustó: habitaciones interiores bastante ajadas, y la cena y el precio manifiestamente mejorables ambos. La atención también, aparte de un perro con relativas malas pulgas y dos gatos rollizos campando a sus anchas por todas las instalaciones, incluído el comedor, cosa que nos sorprendió bastante. Menos mal que en el grupo ganan por goleada los amantes de las mascotas. El desayuno, con todo, no estuvo mal.
Aprovechamos un pub que estaba justo al lado para ir reponiendo nuestras fuerzas y, después de cenar, ya noche cerrada, recorrimos a pie la zona.
Estas curiosas esculturas estaban junto a la abadía.
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