Como no habíamos quedado muy contentos con el hotel, le Chapon Fin, el más caro de la ruta y el que menos nos gustó (aunque la verdad es que este año el nivel fue bastante alto), la foto nos la hicimos en la cervecería que estaba al lado. Una pequeñita venganza de unos paseantes nada quisquillosos.
La salida del pueblo presentó algunos obstáculos, esos que suelen presentarse cuando no hay señalización. Llegamos al río Tarn a la búsqueda del canal del Garonne, junto al que discurriría gran parte de la caminata, pero tuvimos que preguntar.
Mientras unos salíamos en una mañana gris y hasta plomiza, pero en la que no llovió, otros se dedicaron al turismo.
Principalmente, para visitar la abadía de Saint-Pierre, un famoso recinto religioso cuyos orígenes se remontan al siglo VII.
También su famoso claustro, datado allá por el año 1.100. Todo el conjunto está declarado Patrimonio de la Humanidad desde 1998.
Y mientras, la tropa andante, se dedicó a una ruta de lo más raro en el Camino de Santiago: absolutamente plana y asfaltada pese a discurrir por un ambiente rural y campestre. Al ir junto al canal, prácticamente sin inclinación y por motivos que desconocemos, en lugar de tierra, urbanizada. Una pena, sobre todo por nuestras piernas, que se quejaron lo suyo por la dureza del material.
Pasear junto al canal nos trajo recuerdos de nuestras vacaciones de un año antes recorriendo un tramo del canal du Midi, que aún tenemos muy fresco.
Después de casi tres horas y media junto al canal nos esperaban nuestros compañeros dedicados al turismo y la intendencia, que habían tenido que hacer el habitual esfuerzo para encajar los equipajes en el coche.
Antes habíamos saludado a una pareja de japoneses que habían salido ese día, nos dijeron, y que iban a caminar dos semanas hasta Puente la Reina. Se sorprendieron mucho cuando les comentamos que conocíamos el Kumano Kodo y que habíamos recorrido una parte de esa red de caminos de la península de Kii en el 2010. Al final, ansiosos por recuperar fuerzas, casi marchábamos en una formación nada académica.
El piscolabis, en un puente, de pie o sentado, al gusto de cada cual, no estuvo nada mal. Los intendentes se esforzaban por variar el menú sin tener en cuenta que a la mayoría la carta le importaba poco: todo nos sabía riquísimo.
Con el día cada vez más amenazante y las tormentas rozándonos, continuamos la marcha. El calor empezó a ser molesto, señal de que la lluvia iba a terminar cayendo, como así fue, aunque no demasiado.
Un chubasco fuerte durante una media hora que sólo afectó a estos cuatro caminantes, los únicos que siguieron el camino a partir de Espalais.
Tras atravesar el puente, el camino pasaba por el centro de un pueblo peculiar: Auvillar, después de una de las subidas más pronunciadas de la ruta..
Es un pueblo lleno de artistas y galerías, pequeñas tiendas, esculturas.
La place de la Halle es la plaza central, con un granero cubierto de forma circular cuya construcción, en 1824, es relativamente reciente.
Con el cielo cada vez amenazante pasamos también por la torre del Reloj. Y a partir de ahí comenzó nuestro particular diluvio que, finalmente, fue el único del camino de este año.
Una vez pasado, la ropa calada se secó enseguida porque la temperatura era más bien alta.
Mientras tanto, algunos y algunas andaban ya en el destino, cerca del pueblo de Saint Antoine.
Una población muy pequeña, pero con bastante encanto.
Mediada la tarde recalábamos en La Ferme de Villeneuve, de nuevo una antigua explotación agrícola reconvertida en posada y fonda para caminantes, aunque en este caso con habitaciones propias de una casa rural de cierto nivel, como se ve en las fotos siguientes.
Y el precio, no tan económico como otros alojamientos de la ruta, pero más que competitivo: 45 euros media pensión . Posiblemente se deba a que era temporada baja o media.
Una vez duchados nos instalamos en la terracita a esperar tranquilamente la hora de la cena.
Las habitaciones se sortearon y esta vez los singles tuvieron que compartir espacio, cada uno con una pareja.
Una vez instalados, los hospederos, Renaud y Rose Anne, nos dieron de cenar, a nosotros y a una pareja de franceses de una isla del Caribe, Martinica y Guadalupe. Se llamaban Michelle y Francienne, encantadores. Y como él hablaba bastante español que había aprendido en la escuela, charlamos bastante. Tienen una hija de 9 años y se hicieron una foto con nosotros para mostrársela.
Puede haber opiniones dentro del grupo, pero para el que suscribe fue la mejor cena de la semana, y casera a tope: aperitivo, quiche de nuevo, amarillita por los huevos caseros y el salmón, carne de cerdo con salsa e higos de guarnición además de verduras cocinadas al horno, quesos, por supuesto,y una especie de yogur casero de postre. Un lujazo.
Para terminar, probamos el megaequipo de música que llevó Marién (¡qué virguería!, enanejo pero qué sonido), hubo quien bailó y otros nos dedicamos a los chinos o chinchimonis, con armagnac que nos facilitó Renaud. Y sin más, a dormir.
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