Amaneció con niebla y tiempo fresquito, lo que cual para
paseantes es una bendición: garantía de que no se pasa calor y por lo tanto el cansancio es más llevadero. Por ese motivo estábamos un poco más abrigados que de costumbre.
Después de un desayuno estupendo a base de pan fresco, mermeladas caseras...etc, Renaud y Rose Anne posaron con nosotros para la imagen de
partida y poco antes habíamos despedido a Michelle y Francienne, que
pensaban hacer una etapa más larga. Hicimos bingo y nos juntamos los
doce.
Sin más incidencias, nos pusimos en marcha.
El camino de nuevo volvió a discurrir por sendas muy agradables a la vista: enormes sembrados que, suponíamos, y con razón, serían la envidia de los labriegos del minifundio habituales por nuestros pagos.
De lejos, en ocasiones, mansiones, castillos, palacios o similares daban un toque elegante al paisaje.
Atravesamos Flamorens casi sin detenernos, aunque tenía
unas interesantes ruinas de un castillo y una iglesia, que padecieron un
dañino incendio.
El recorrido turístico, que no paradita, lo hicimos en
Miradoux, a 4 km. del anterior. Entramos al cementerio, donde había un
obelisco que pegaba poco en un camposanto, y una señora (que nos
vigilaba desde fuera para saber que hacíamos allí) nos aclaró que un
preboste local se lo trajo de Egipto en la campaña napoleónica, y allí
sigue.
La señora en cuestión era la encargada de la iglesia, y como se dirigía a abrirla, nos fuimos con ella, en la foto siguiente.
Era un templo de grandes dimensiones y, para sorpresa nuestra, la señora se puso a cantar (tenía una voz potente) terminando con un «Ultreia». Cosas del directo.
Obviamente, estamos en el Camino de Santiago y la esculturita en la iglesia lo constata.
Seguimos rulando, con visiones como las que ya hemos descrito, pero la de abajo de Jaime es suficientemente expresiva de cómo es la zona en primavera.
En un pueblecito posterior el servicio de intendencia volvió a demostrar su eficacia: vino, pan tierno, fiambre y demás. Un exitazo.
Al lado, un peregrino recién jubilado iniciaba ese mismo día su peregrinaje caminando hasta Santiago. Hablamos con él ya que era español de origen, de Badalona, y de nombre, Manuel, pero llevaba en Francia desde hacía más de treinta años. Le ofrecimos un vino y nos confesó que nos observaba un poco alucinado: 12 españoles, con un coche francés hasta los topes y poniéndose morados de exquisiteces.
Reconfortado el estómago y ya con más calor (se nota, verdad) seguimos para completar los 12 km. que faltaban, aunque fue al menos uno más.
En un cruce mal señalizado, nosotros y otros como
nosotros, hicimos honor al chascarrillo ese de que la tostada cae
siempre al suelo del lado de la mantequilla.
Elegimos la opción incorrecta y hubo que dar marcha atrás. No nos sentó nada bien.
Al punto de destino, Lectoure, un nombre un tanto curioso, llegamos allá por las 16,30 un tanto escangalladitos y con bastante calor, pero la villa reconforta: antigua, interesante y agradable. Parece ser que el nombre procede de un grupo de hombres los lectores, que se asentaron en el promontorio y se decidieron por la anexión al Imperio Romano.
Y menuda catedral que luce.
Su historia es antigua y profusa, figurando como una de las villas galo-romanas de Francia, sede de obispos y residencia de los condes de Armagnac. Producto de ello, son sus numerosos monumentos y restos arqueológicos, de los que da buena cuenta un pequeño museo que visitamos al día siguiente. Ya en los siglos XVIII y XIX, la villa fue reconocida por ser la cuna de personas como el mariscal Lannes, estrecho colaborador de Napoleón.
Entramos bordeando un curioso cementerio aterrazado en el que prácticamente todos los difuntos gozan de vistas panorámicas.
El hotel, un edificio histórico de nombre de Bastard (no precisa traducción, supongo), hace honor al pueblo. Y las habitaciones, bien.
Tiene una especie de terraza entre las dos alas, y allí tomamos unas cervezas, reponiéndonos de la caminata.
El restaurante del hotel tiene cierto renombre gastronómico y fue sin duda la cena más chic: una mesa amplia para los 12, camareros exclusivos (sirviendo pan en pequeñas dosis, el vino, ese ritual que agota un poco), un salmón marinado de cine de primero y de segundo la carne de abajo, rica.
Y Alfonso, dejando el selfie sobre el espejo para la posteridad.
Y Alfonso, dejando el selfie sobre el espejo para la posteridad.
El pueblo lo recorrimos esa tarde... y a la mañana del día siguiente. Tan a gusto estábamos, que nos autodimos un golpe de estado.
Decidimos que si bien pensábamos acabar en Condom, nada impedía hacerlo en Lectoure. Total, al día siguiente íbamos a andar y a la llegada salir en taxi pitando para Toulouse. Como el punto de llegada debe ser, por fuerza, el de partida del siguiente tramo, no cabía duda que Lectoure y, por añadidura, el hotel de Bastard, era una buena opción para empezar en otra ocasión. Aprobado general a la propuesta. Por tanto, negociamos con un taxi local y la mañana del sábado se nos fue en revisitar Lectoure, en plan relajado.
Y el caso es que parece ser lo mejor que pudimos hacer ya que el tramo de más de 30 kms del Camino de Le Puy entre Lectoure y Condom está incluido en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, porque, entre otras cosas es donde se junta con el camino tradicional que viene de Vezelay, razón de más para dedicarle una caminada pausada y sin prisas.
Castillito de los clarinetes. ¿Por qué será? Fijaros en las columnas que enmarcan las ventanas... son trompetas alargadas aunque la foto hubiera necesitado un poco más de altura, pero se aprecia. Y así eran todas las del inmueble.
Así que nos fuimos a la cama sabiendo que la andaina de este año había tocado a su fin y que al día siguiente por fin íbamos a poder pasear por Toulouse. Tres años recalando allí y no lo conocíamos. Nos quitamos la espina.
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